¿QUÉ PASÓ EN EL CONCILIO ?
No quiero volver a los orígenes lejanos de este cambio y mutación de nuestra religión, porque tendría que volver al Renacimiento, a la Revolución Francesa, tendría que reseñar la historia de todo el liberalismo del siglo XIX y de todas las condenas que los Papas han pronunciado contra esto, en particular los papas Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pio X. Quiero volver sólo a 1960 o mejor a 1958. En aquella época algo sucedió en la Iglesia. ¿Qué cosa? Es imposible conocer los hechos a fondo; personalmente no los conozco, pero estos cambios los hemos percibido desde 1958, después dl cónclave que eligió a Juan XXIII. El cardenal Roncalli, patriarca de Venecia, cuando partió al Cónclave, y no estaba electo todavía, escribió ya al obispo de Bérgamo: “El Papa que será electo, sea de Bérgamo o no[1], deberá cambiar mucho en la Iglesia. Deberá haber una nueva Pentecostés”.
En toda su carta se siente el
deseo de cambiar de un modo profundo la Iglesia y pienso que se le ocurrió a él
denominar al Concilio, concilio del aggiornamento. Aggiornamento:
es una palabra muy peligrosa que puede ser usada en buen sentido, pero puede
también llevar a consecuencias imprevisibles.
Aggiornamento de la Iglesia ¿hasta qué punto? ¿en qué campos?
Debo contaros un pequeño
incidente acaecido en 1962, cuando fui miembro de la Comisión Central
preparatoria del Concilio. Teníamos
nuestras reuniones en el Vaticano, peor la última fue dramática. En los fascículos dados a la Comisión Central
había dos sobre el mismo tema: uno venía del Cardenal Bea, Presidente de la Comisión
para la unidad, y el otro del Cardenal Ottaviani, Presidente de la Comisión
Teológica. Cuando los leímos, cuando yo
mismo leí estos dos esquemas, dije: “Es muy extraño, son dos puntos de vista
sobre el mismo tema, completamente distintos, sobre la libertad religiosa y la
actitud de la Iglesia frente a las otras religiones”. La del Cardenal Bea se titulaba “De libertare
religiosa”; la del Cardenal Ottaviani “De tolerancia religiosa”. Ved la diferencia.
Fue la última sesión de la
Comisión Central y pudimos advertir claramente, proyectarse ante nosotros, en
la vigilia del Concilio, toda la lucha que se desenvolvió durante el
Concilio. Quiero decir que estas cosas
ya estaban preparadas antes del Concilio.
El Cardenal Bea no hizo, ciertamente, su esquema “De libertate
religiosa” sin ponerse de acuerdo con otros cardenales. Esto es muy importante y muy grave porque se
infiere que le Concilio del aggiornamento fue preparado de antemano. Y por esto es que todos los esquemas del
Concilio, ya redactados, fueron reescritos, las comisiones reorganizadas y se
objetó la lista de los miembros de las comisiones preparatorias del Concilio
que, sin imponerlas, proponía el Cardenal Ottaviani. Así nos encontramos en el Concilio en una
situación realmente penosa y comprendimos que aquellos que eran conservadores,
que permanecían fieles a los principios de siempre, a la tradición de siempre,
no eran escuchados más, no eran sostenidos más por la autoridad, sobre todo
cuando después de la elección de Pablo VI, fueron nombrados los cuatro
moderadores del Concilio: los cardenales Dopfner, Suenens, Lercaro y
Agagianian. Esta nómina indicaba
claramente que le viento soplaba a favor de los cardenales liberales.
Un grupo, el “Coetus
Internationalis Patrum”, del cual formé parte, decidió resistir y de acuerdo con
un cierto número de cardenales romanos –los cardenales fieles a la doctrina
romana de la iglesia Católica-, quería defenderse; pero, debo decirlo, no
fuimos escuchados. Ya en tiempo del Papa
Juan XXIII a estos cardenales, los cardenales de la Curia Romana, se les rogó
no intervenir más en el Concilio, y esto es muy, pero muy grave.
¿Qué representan los cardenales de la Curia Romana? Son la Iglesia de Roma, son los párrocos de Roma, son el clero romano. Son los que ayudan al Papa, que es Obispo de Roma y es Papa porque es Obispo de Roma. Son ellos que ayudan al papa en el gobierno de la Iglesia Universal y en la atención de los asuntos tanto de su diócesis como los de la iglesia Universal. Pues Roma es maestra, “magistra et mater ómnium ecclesiarum, Magistra veritatis”[2]. Si fue siempre dicho que todo el clero de Roma no puede caer en la herejía, es porque Roma representa realmente el corazón mismo de la Iglesia, el corazón de la cristiandad. Hacer callar oficialmente a los cardenales romanos, diciéndoles : “no habléis más, no repliquéis más, dejad hablar a las personas que vienen de afuera, del extranjero, que vienen de lejos” representó un desastre considerable para el Concilio.
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